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Sociedad y cultura

“Cuando sabemos que la dominación masculina está directamente relacionada con la cultura de la violación, tenemos que hablar de la masculinidad tóxica y de cómo se vincula con el comercio sexual”. Avery, exbecaria de CATW en 'La prostitución como ayuda financiera'

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Vivimos en sociedades patriarcales basadas en la superioridad masculina sobre las mujeres y las niñas. Muchas de las imágenes que vemos y de los medios de comunicación que consumimos sexualizan y cosifican a mujeres y niñas, alimentando un sistema basado en la discriminación y la violencia contra las mujeres. Estas imágenes y actitudes contribuyen a normalizar la violencia y la discriminación sexual y de género. El comercio sexual es a la vez causa y consecuencia de este sistema. Por su propia naturaleza, reduce a las mujeres a objetos sexuales que pueden comprarse y venderse para el placer y el entretenimiento de los hombres y el beneficio de otros explotadores. Los medios de comunicación y el mundo académico suelen dar glamur al comercio sexual, ignorando sus daños inherentes y sus consecuencias para toda la vida. Una cultura que acepta el comercio sexual es una cultura que normaliza la violencia y la discriminación contra las mujeres y las niñas. Cuando las mujeres son cosificadas, compradas y vendidas, todas las mujeres pueden ser percibidas como mercancías por la sociedad.

Otras ramas del comercio sexual, como los clubes de estriptís y la pornografía, desempeñan un papel fundamental en la normalización de estas actitudes hacia las mujeres y las niñas, así como de toda la industria en sí. Aunque erróneamente se cree que los clubes de estriptís son inofensivos para las mujeres que emplean, estos establecimientos están plagados de acoso sexual, violencia y explotación.

Gran parte de la cultura pop no solo ha sido moldeada por normas de género perjudiciales, sino que las ha creado. La pornografía ha hecho lo mismo con la cultura pop. El porno ha influido la mayoría de los medios de comunicación y entretenimiento que forman parte de nuestra vida cotidiana, desde las publicidades hasta las letras de las canciones y los videojuegos, normalizándonos e insensibilizándonos ante la desigualdad en la sexualidad. El 88% de los vídeos porno muestran agresiones físicas, lo que normaliza la violencia sexual contra las mujeres. Todo ello crea lo que la socióloga Gail Dines denomina cultura del porno, en la que las mujeres son reducidas a objetos sexuales de consumo, lo que lleva a redefinir la noción del consentimiento.

Glorificar cualquier aspecto del comercio sexual perpetúa la deshumanización, la violencia basada en la discriminación de género y la cultura del porno. Si no comprendemos estas conexiones, nunca podremos alcanzar la igualdad.

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