El comercio sexual, que mueve miles de millones de dólares, es el punto final de la trata sexual, en el que la gran mayoría de las víctimas son vendidas para ejercer la prostitución, un sistema lucrativo e inquebrantable de explotación sexual y abuso. Sin un comercio sexual dinámico, en el que los cuerpos de mujeres y niñas se consumen para el entretenimiento de los hombres y el beneficio de los explotadores, no existiría la trata de personas con fines sexuales. La desigualdad de género, las historias de violencia sexual en la infancia, los desplazamientos, las circunstancias económicas extremas y la falta de opciones viables crean vulnerabilidades que pueden conducir a la trata y la explotación sexual. A los traficantes y proxenetas que venden a mujeres y niñas y a los hombres que las compran no les importa si ellas fueron víctimas de la trata o no. Ningún comprador sexual pregunta la edad o el origen de la mujer que acaba de comprar.

Ya sea legal o ilegal, el comercio sexual funciona gracias a la explotación sexual comercial de mujeres, niñas y niños marginados, para beneficio de terceros. Está arraigado en el patriarcado, en historias de colonialismo y en un sistema de mercado que remunera la violencia sexual. También perpetúa la cosificación y sexualización de todas las mujeres y niñas.

Si queremos acabar con la trata sexual, la explotación sexual y otras formas de violencia y discriminación contra mujeres y niñas, como el acoso y las agresiones sexuales, debemos abordar el comercio sexual.